jueves, 4 de enero de 2007

Capítulo III

III

El nombre de cada cosa es el último vestigio y la última frontera. Una mano que se nombra detrás del ser mano, un instante restregado de los ojos que avanza hacia mí como rastrillo incandescente.

¡Me he perdido tantas veces! Tantas. Me cuesta recordar las sílabas ahora que me hacen falta. Una mujer es un ser creado, un hombre es un ser creado. La distancia encierra respuestas, pero mi cabeza está a punto de estallar, mientras trato de practicar la sonrisa de la que me hablaran.

Nada se ha perdido y las aguas claras, desde las que me han enviado, no podrían ser entendidas en este basural. Todo es posible y nada. Todo es posible y nada. Él lo sabía, lo pude ver en sus ojos cuando observaba las manos perfectas de otro ser perfecto.

No sería capaz de derramar una sola lágrima sobre el rostro de estos. Pero debo. Es parte del trato. No recuerdo las palabras. Ese rictus informe que les da confianza, esos ruidos sin armonía con los que se comunican.

Pero... desde este lugar no se ve todo tan mal. Tal vez pueda acostumbrarme sólo a mirarlos, como él y a no comprender por qué.

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