jueves, 4 de enero de 2007

Capítulo IV


IV

Después de dar la vuelta por Almirante Barroso, hacia Huérfanos, te la encuentras de golpe. Una mole gótica, decrépita, repleta de grietas que parecen herirla. A Pedro siempre le ha parecido rara la sensación que le provoca cruzarse con esa iglesia, no sabe por qué se la topa en los momentos más extraños, sin buscarla, y cada vez se sorprende. Viene, por ejemplo, caminando por la Alameda después de haberse bajado del metro en Los Héroes y da la vuelta por Almirante Barroso, (como también podría haber sido otra calle, antes o después,) va camino a alguna imprenta mugrosa y ahí está, cayéndose a pedazos, sostenida por andamios olvidados en un intento de reparación que nunca terminó. Afuera de las puertas, montones de mendigos tirados le extienden manos sucias y sin prisa, unas manos que parecen saludarlo sin casi esperanzas de recibir alguna limosna. El gesto de los mendigos le parece demasiado mecánico, un gesto aprendido que le hace pensar desde cuando estarían haciendo lo mismo, cuantos de estos mendigos de hoy son los mismos de hace una semana, cuantos de ellos extenderán las mismas manos la próxima vez.

Hoy, sin embargo, es distinto. Tal vez porque es de noche o porque toma Almirante Barroso por una calle más al norte de la Alameda, que resulta ser Agustinas y por lo tanto no reconoce el camino sino en el instante en el que frente a sus ojos se encuentra la Iglesia.

Ahí está la entrada sur, con sus baldosas amarillas que dibujan formas geométricas. Por este lado del edificio no hay mendigos y el único ser vivo es un cuidador de autos de barba larga, que recita una jerigonza indescifrable. Mezcla de alcohol y locura piensa.

A Pedro le parece un poco mal sano lo que está haciendo. En el bolsillo del pantalón lleva arrugada una dirección. Cada cierto rato la toca para confirmar que ahí está y vuelve a preguntarse que cresta hace a esa hora, un día viernes, caminando de bajada por Almirante Barroso.

Son unas pendejas chicas, se repite. Además esta mierda de iglesia es insoportable. Mientras camina, se detiene a un costado del templo y contempla la imagen de un Cristo crucificado que llora sangre. Alrededor, montones de velas gastadas y flores marchitas acompañan esta escena decadente. En las paredes del nicho se leen placas amarillentas y raídas. “GRACIAS SEÑOR POR FAVOR CONCEDIDO”, “GRACIAS JESUCRISTO POR SANAR A MI ABUELITA”. Pedro siente la tentación de reírse, pero se arrepiente. La vista de la figura le devuelve el reflejo de un ser adolorido, entregado, repleto de llagas.

- Es el rostro del Dios el que me perturba, piensa Pedro -. - El sufrimiento no parece importarle. Al contrario, sus labios se dibujan como si sonriera, como si las laceraciones que cruzan cada rincón de su cuerpo le dieran más fuerzas -.

A Pedro siempre lo ha complicado el tema de “Cristo - Dios”. Al Cristo hombre lo acepta casi con gusto, aún a un “Cristo - hombre” mensajero de Dios, o “hijo predilecto de Dios”, pero le gustaría verlo más parecido a los demás hijos del padre. ¿No se supone que todos somos hijos de Dios?, ¿Que somos todos seres creados?. Pedro siente que le hace falta reconocer en ese “ser” una relación de transición entre el creador y sus demás creaturas, pero la idea de que Cristo y Dios Padre sean desde el principio una sola y única realidad es algo que lo confunde. - “Dios es Uno y Trino” - repite, recordando los días de catequesis.

- El misterio de la Santísima Trinidad es la prueba más grande del amor de Dios hacia los hombres. La manifestación del Dios Uno en tres seres, de los cuales el hijo se hace hombre para que también el Padre y el Espíritu sufran el dolor, la humillación, las torturas, el desprecio. El sumo sacrificio, para la redención de los pecados...

Pedro contempla el rostro delicado de ese ser, su imagen esculpida por algún escultor mediocre y nada calza.

El hombre vuelve a tocar en el bolsillo el papel húmedo y arrugado. -¿Que hora será? - mira el reloj y se da cuenta de que son las doce de la noche.

- Puta, vengo atrasadísmo. Estas minas dijeron a las diez y media pero, bueno, en realidad estuve a punto de no venir y además Esteban ya debe estar allá. Espero que este otro no haya decido arrugar porque ahí si que las vería negras. ¿Que edad dijeron? 18 una y 19 la otra, es decir, calculemos entre 15 y 16. Bueno, al menos estas serán menos jodidas que las más grandes, ¡Espero! -

Pedro vuelve a mirar el reloj por pura inercia y apura el paso. Detrás de él se va alejando la iglesia, Cristo y sus mendigos.

Debería haber venido en auto, no era tan cerca esta tontera. Puta si no está Esteban voy a sonar como guatapique. Al llegar a una esquina el hombre comienza a mirar la numeración hasta que se para frente a un condominio de estos que han ido plagando el Centro de Santiago. Mira el papel. 1356, casa... D. Aquí es la cosa. En la puerta hay un panel gigantesco con miles y miles de letras y números. Después de un rato largo encuentra el botón indicado y lo toca rápido. A los segundos una voz infantil le contesta. ¡¿Quien es?! La voz le suena lejanamente conocida y no es capaz de recordar a cual de las dos adolescentes pertenece. El de acá es Pedro Ovalle. ¿Usted quien es?

“Hay tonto, la Cony, ¿quien va a ser?”. La voz de la chiquilla le parece insoportable, aguda, destemplada. Pedro se siente sin ánimos para esta cacería y está a punto de decir, número equivocado... try again baby... pero en ese momento aparece la voz de Esteban. Puta compadre, la horita, trajiste algo de tomar al menos. Pedro se toca el bolsillo del abrigo y recuerda que sacó una botella de Gin del bar. “Me extraña compadre, ¿cuando le he fallado?” Suena el portón y Pedro comienza a peregrinar por los edificios y las casas hasta que encuentra la letra correcta. Algo en él lo lleva a despejarse de todos los rollos que le habían atormentado los últimos minutos y se dispone a fingir calma.

En la puerta está Cony sonriente y saludando con la mano. Tiene puesta una minifalda cortísima y medias negras. El pelo corto y una blusa de algún material raro, una especie de polera de terciopelo o algo así. Pedro se da un tiempo para mirarla. Tiene buenas piernas y una cara lindísima, aunque para arriba las planicies son casi totales. A esta mina le falta cambiar todavía algunos dientes de leche, piensa mientras avanza con una sonrisa forzada.

La adolescente saluda a Pedro con un beso en la cara y mientras lo hace pasar trata de abrazarlo. Mis viejos vuelven en una semana así que tenemos que aprovechar la casa, ¿no crees? Pasa, pasa, ¡Por aquí! El Esteban y la Coca están en el living. Pedro mira hacia la sala y ve a su amigo revolcándose en un sofá con la otra niña. Puta, parece que la cosa viene en serio piensa Pedro.

Oye siiii, imagínate este par de rotos me han dejado solita toda la noche. Cony tiene una voz aguda que rechina en los dientes de Pedro. ¿Cómo mierda hacerla callar? Piensa el hombre mientras camina hacia el sofá.

Pedro mira a Esteban que está inspeccionando muy concentrado las piernas de su pareja y le tira un paquete de cigarrillo por la cabeza. El amigo se saca de encima a la mujer y se para. Puta compadre, que bueno que te acordaste, ninguna de estas dos pendejas fuma así que estaba cortando las huinchas por un pucho. Las dos hacen gestos de molestia falsa por haber sido tratadas de pendejas, pero como ninguno les hace caso optan por reírse. Esteban agarra el paquete de cigarillos y lo abre con compulsión. Que bueno que llegaste, la Cony ya te quería empezar a llamar, ¿no cierto?, se estaba aburriendo la pobre. Cony mira a Pedro con un poco de vergüenza y después a Esteban. ¿Que trajiste de tomar? Un ginsito para matar las penas contesta el hombre. ¿Tienen Ginger Ale?. Cony corre a la cocina y trae una botella de dos litros de agua tónica. Esto es mejor ¿no?

Demás, dice Pedro. Abre el envase que le dio Cony, tratando de que la espuma no se rebalse. Luego saca del bolsillo una botella casi llena de Tanqueray.

Esteban a vuelto a sentarse con su compañera en el sofá. La niña se ríe a gritos mientras Esteban le dice quien sabe que guarrada al oído. A los poco minutos levanta la cabeza unos centímetros y estira el brazo. Pedrito, tirate dos con hielo pa’ este lado. Corren dos, dice Pedro, mientras luce sus dotes de ex barman preparando los tragos y chorreando de líquidos la mesa de comedor redonda y cubierta por un mantel de plástico lavable. Oye, ¿a mi no me vas a servir? Se queja Cony mientras se le pega al cuerpo. No serás un poco chica, contesta Pedro. A ver, la verdad, que edad tienes. 18 ya te dije el sábado. No te creo nada. Pedro se sienta en un sillón al otro extremo de la sala y revuelve su trago con el dedo. Cony hace un gesto de enojo pero Pedro no se da cuenta y comienza a sorber despacio el brebaje recién preparado. La niña, humillada, avanza casi corriendo hacia el interior de la casa. Pedro alcanza a oír un portazo. Quedó fuertón este trago, piensa mientras prende un cigarro. ¿Y a esta otra que la habrá pasado? Puta en los enredos que me mete Esteban, que cresta hago en esta casa tratando mal a una pendeja de colegio. ¡Esteban no es capaz de dejar pasar una! ¿Y a esta otra mina, que mierda le habrá pasado?

El hombre se para con el vaso en una mano y el cigarrillo en la otra y camina por el pasillo por el que vio desaparecer a Cony. La puerta está abierta y sobre la cama está la niña. Pedro se queda un rato observándola. Está llorando abrazada a la almohada y a ratos puede escucharse su hipar trémulo, como cansado.

Los ojos del hombre se quedan clavados en las piernas de la chica. Son perfectas y rematan en un traste hecho a mano. Pedro tiene ganas de tocarla, se muere de ganas de tocarla. No hay caso, aunque trate de evitarlo termino siempre por caer en estas idioteces, piensa. La niña de pronto percibe su presencia, da vuelta la cabeza y se queda mirándolo como a un fantasma. Pedro entra a la habitación y se sienta en la cama. El ambiente es una mezcla insoportable. El cubrecamas rosado y con florcitas, en juego con las cortinas del mismo color, con unos bordes blancos llenos de adornos. En las murallas un poster de la Allanis Morriset que dice “Ironic” y expandido en el aire un olor a incienso barato que asquea a Pedro.

Las manos del hombre están llenas con vaso y pucho. Apura el trago de un sorbo y lo deja en el suelo. Después busca un cenicero en alguna parte y al no encontrarlo lo tira hacia la ventana entreabierta. Da justo en el blanco y se sonríe. ¡Que solitarias son estas proezas idiotas!

Cony mira a Pedro como un gato al que acaban de retar. La niña no tiene idea de las trivialidades en las que piensa el hombre. Pedro se da cuenta de que necesita hacer algo para recuperar a la chiquilla y estira la mano para hacerle cariño en la cabeza, lo hace como un rito, esperando el clásico manotón, pero éste no llega, por el contrario, (la niña que a estas alturas se ha transformado completamente en gato), se acomoda ronroneante para recibir las caricias en el pelo.

Pedro no sabe por qué cresta hace esto. Por qué, si no le interesa, se esfuerza en recobrar la confianza de la chiquilla. Pero igual la mira y comienza a jugar con las hebras de ese pelo corto, descubriendo las formas de la cabeza, relatando con sus dedos el camino hacia su cuello y orejas. La niña se da vuelta para quedar totalmente de espalda, de frente a su pareja. A pesar de tener los ojos cerrados, Pedro cree seguir sintiendo la mirada anhelante de Cony pegada a su cuerpo. Los dedos del hombre deambulan por el rostro de la chiquilla saboreando la tersura de su piel. Es perfecta, piensa, mientras dibuja sus contornos con el dedo índice. Las manos poco a poco van encontrando terrenos más tibios. Primero los pechos cónicos y diminutos y luego el borde de las caderas estrechas y puntiagudas. La niña continúa dando pequeños suspiros entrecortados y Pedro se pregunta si la niña habrá estado antes con otro hombre.

Pedro se ha ido acomodando en esa cama de plaza y media. La ha obligado a moverse un poco, para dejarle espacio, y a cambiar de posición hasta quedar de medio lado, frente a sus ojos. El hombre se apoya en un codo y con la mano libre continúa delineando despacio el cuerpo de la niña. Cony se aprieta contra el otro cuerpo y a los pocos segundo Pedro se encuentra con sus labios tibios y aún salados. La boca ardiente después del llanto sabe a mar... agua de mar repleta de sal y de matices. La niña lo besa con calma, dándose tiempo para sentir el roce suave de las lenguas y con las manos comienza a presionar el pecho de su pareja. Pedro ha cambiado de posición. Sus dos brazos están perdidos en ese cuerpo. Con uno, atrapa la cabeza y la sostiene, inclinándola. Con el otro acaricia la cadera de la niña y baja con discreción hacia el final de la falda. Cony pone una de sus piernas sobre la de Pedro, y el hombre toma con cuidado esa extremidad dejada ahí, como al azar, y la ubica más arriba mientras la falda de la niña se levanta hasta dejar a la vista unos portaligas que lo conmueven. Ninguna de las mujeres con las que Pedro ha estado ocupa este adminículo casi desaparecido y encontrarlo en este ser tan indefenso lo llena de una especie de emoción que lo va embriagando de a poco. Su mano ya está perdida sobre la pierna. Con cuidado va subiendo aún más la falda para encontrarse con el borde del elástico de unos calzones diminutos. La muchacha ronronea al compás de las caricias. Pedro no alcanza a entender la perfecta redondez de las nalgas de su compañera. Las recorre con una palma incrédula y absorta. La piel es suave y el calzón tan pequeño que apenas cubre la parte superior. La mujer ha comenzado a mover lentamente las caderas, mientras sus besos van cobrando un ritmo nuevo, un ritmo de urgencia que Pedro puede oler en medio del incienso pegajoso.

De Pronto la niña se detiene. Pedro piensa lo peor. Se va a arrepentir y por la cresta que me tiene loco, piensa mientras intenta poner su mejor cara de comprensión para lo que venga. ¿Cerraste la puerta con llave? La pregunta toma a Pedro de sorpresa. No... La niña se para despacio, y besa a Pedro con ternura mientras le acaricia la cabeza y el pecho. Camina hacia la puerta y asoma la cabeza. Desde esa posición se puede ver la mitad del sofá en el que están Esteban y la amiga. Cony alcanza a divisar las caderas desnudas de la otra adolescente y desde lejos se escuchan gemidos entrecortados. Cuando vuelve a entrar, Cony cierra la puerta con llave y sonríe un poco avergonzada. ¿Quieres que apague esa lámpara? La habitación está tenuemente iluminada por una lampara de genero llena de bordados de colores amarillentos. Pedro piensa que es la luz perfecta. Así puede percibir cada rasgo de la joven sin que la luminosidad agreda sus ojos. Así está perfecto linda. El hombre dice las palabras con dulzura, de verdad ese cuerpo y esa cara le parecen sublimes y tiene ganas de respetar algo, de sentar a la chiquilla en las rodillas y sólo hacerle cariño, pero sabe que no lo hará, que esas piernas y esas nalgas dibujadas están grabadas en sus manos y que las quiere volver a sentir.

Cony se para justo frente a los ojos que la observan y comienza a quitarse la ropa como en una danza. Primero los zapatos. Después la blusa, debajo de la cual un pequeñísimo sostén blanco cubre unos pechos inmaduros, desolados. La niña parece saber que esa parte de su cuerpo no es demasiado atractiva, pero no es capaz de imaginar que en ese momento para Pedro toda ella es perfecta. Baja con cuidado el cierre de la falda que cruza un costado, y la deja caer hasta los pies. Pedro quisiera quedarse así por mucho rato, disfrutando de ese paisaje pero sabe que necesita poner algo de su parte y sin mirar, se quita la camisa y los zapatos y el cinturón y los pantalones. El acto de desvestirse es sumamente complejo, piensa Pedro, si uno se apura demasiado, o lo hace con torpeza, el secreto de la desnudez pierde encanto, se tiñe de la torpeza de las manos.

La niña se quita finalmente el sostén, y aparecen dos protuberancias mínimas que contrastan con unos pezones maduros y turgentes que se han empinado como una ofrenda. Ella se acerca al cuerpo del hombre y se arrodilla al lado de la cama. Sus manos van recorriendo la piel del amante y sus uñas largas lo rasguñan un poco. Pedro se mueve lo más que puede he invita a la muchachita con un gesto. ¿Tienes frío? Al contrario responde ella entre risas y se sonroja. Los cuerpos casi desnudos están juntos. Pedro sigue incrédulo de la suavidad de la piel. Es como estar acariciando una manzana recién cortada del arbol, piensa, mientras sus manos se pierden entre los pliegues de la chica.

El hombre sabe que terminará entrando en ese cuerpo. Puede escuchar el corazón de la chiquilla descompasado y ya sin alternativas de dar pie atrás. Trata de hacer todo lo más despacio posible para no asustarla, pero es ella la que parece necesitar que las cosas se precipiten. Es ella la que pone cuotas de agresividad en las caricias, la que rasguña y muerde la piel del hombre que intenta distanciarla un poco para disfrutarla un poco más. La chica se incorpora y con las dos manos baja los calzoncillos del hombre. Los retira como si se tratara de un regalo de cumpleaños, apurada, ansiosa. Al segundo aparece el sexo masculino, duro como piedra, sudado, resbaloso. Cony lo toma con una mano. Lo aprieta fuerte, lo inspecciona y después se inclina para lamerlo. Pedro está extasiado, no sabe muy bien si la naturalidad de la chica es experiencia o justamente lo contrario, pero delira al sentir esa saliva que lo recorre, esa lengua suave y tibia que lo envuelve. La respiración de la niña le recuerda una pequeña locomotora, con un ritmo acelerado que la obliga a detenerse por instantes para recuperar el aire. Pedro levanta un poco la cabeza para observar. El paisaje lo enloquece. Ver esa cara angelical arrodillada y lamiéndolo es más de lo que puede soportar y por lo tanto retira con cuidado a la compañera y la extiende sobre la cama. Ahora es él quien está encima. La contempla por unos instantes. Las ligas negras, el portaligas azul, los calzones blancos y pequeños y esa boca que continúa latiendo al mismo ritmo de las caderas. Se da todo el tiempo del mundo para terminar de desnudarla. Poco a poco la piel femenina comienza a aparecer ahí donde las pocas telas aún las cubrían. Finalmente, sólo queda la piel falsa y blanca que apenas cubre el pubis. El hombre se detiene en los bordes, recorre los elásticos, introduce dedos cautos por entre los pliegues para sentir la textura hirsuta y húmeda aún oculta. Le gusta sentir la desesperación de la niña, ese jadeo incesante que lo hipnotiza, pero ella no quiere más ese juego y con manos enervadas se baja los calzones hasta dejarlos a la altura de las rodillas. Pedro mira desconcertado la hermosura de ese tajo abierto que se mece. La chica parece haberse depilado ese mismo día pues sus pelos apenas dibujan un triángulo mínimo sobre los labios. El hombre termina de arrancar el calzón y abre con cuidado las piernas de la chica. Su boca se pierde en ese aroma embriagador y sostiene a la mujer por las caderas mientras ella da brincos y gemidos. Pedro sabe que la niña no va a poder soportar mucho rato su lengua que recorre silenciosa y concentrada el clítoris diminuto y se acomoda para penetrarla. “Ahora vamos a saber la verdad”, se dice el hombre a si mismo, mientras se introduce despacio en el cuerpo de la chica. Los ojos de ella parecen extraviados, permanecen abiertos pero sin expresión, como si algo les hubiera robado el alma.

Pedro la penetra en un compás suave y la chiquilla maúlla a ratos con un sonido agudo y enterrado. Parece estar ahogada, como si no pudiera respirar. Pedro está sorprendido por la pasividad con la que se entrega. Siente que cayó en una trampa, que lo prometido por ese cuerpo no es ni la mitad de lo que está recibiendo, y por lo tanto aumenta el ritmo de las embestidas para hacerla reaccionar. La chica gime más fuerte y se abraza a las caderas del hombre. Sube las piernas a la altura del pecho y se deja llevar por el ritmo nuevo, mientras miles de jugos caen por debajo de su cuerpo hacia el cubrecamas rosado.

La niña hace un gesto y Pedro se da cuenta de que quiere subirse sobre él. Ésta es una técnica difícil, piensa mientras trata de acomodarse para dar la vuelta sin salir, pero a la niña no le importa eso, mueve las caderas con brusquedad y Pedro completo se siente expulsado del otro cuerpo. Con agresividad empuja al hombre sobre la cama y se monta en cuclillas sobre él, toma con la mano el pene y se lo introduce sin ceremonias. A los pocos segundos Pedro se arrepiente de todos sus malos pensamientos, mientras sus manos se llenan de unas nalgas furiosas y húmedas. El hombre observa a la niña como a una película. Como un espectador. Todos sus movimientos son perfectos, cada arremetida, cada suspiro, cada grito entrecortado que la preparan para el impulso final. Cony acaba sin demasiado estruendo, es como un maullido largo y adolorido de alivio. Pedro la mira, también desfallecido, y ve como por las mejillas de la quinceañera corren despacio unas lágrimas.

.... Son las nueve, por la puta, me quedé dormido. Pedro mira el reloj entre sueños y trata de recordar donde está. Lo cubre a medias el cubrecamas de una habitación infantil y a su lado está la famosa niñita que se tiró la noche anterior. Ella duerme, desnuda, y Pedro trata de incorporarse sin despertarla. Se pone la ropa apurado y sigue mirando la hora con desesperación. La chica se incorpora un poco en la cama y abre los ojos con problemas. Mmmm... Hola, ¿Como estai? La niña confunde el saludo con un bostezo aletargado y Pedro la contempla con asombro. Así, de día y ya sin pintura parece mucho más chica y le da un poco de vergüenza estar ahí, haber dormido con ella, que la colegiala lo mire con tanta ternura, que no se cubra los pechos, que se pare completamente desnuda y lo abrace. Esto ya es mucho para mi, piensa el hombre, puta, como cresta me quedé dormido. No sabe como hacerlo para que la pobre adolescente no se sienta ofendida. No sabe como comportarse para hacerle entender que si está lejos, es porque siente que le hizo bastante daño por el momento. Pero la niña no percibe la incomodidad de Pedro y mientras se pone una bata le pregunta despacio y aún con voz de dormida ¿Quieres que te prepare desayuno? Pedro vuelve a mirar la hora y se da cuenta que a estas alturas ya da lo mismo, que es tardísmo y que ya no llegó no más para irse a la playa.

¿Que pasó con Esteban?

- Está durmiendo en la pieza de empleada con la Coca. No los dejé usar la cama de mis viejos, na’ que ver ¿No cierto? Para eso la hubiéramos usado nosotros.

- Bueno linda, tomemos desayunito, pero me tengo que ir luego.

- Claro, dice la niña, y abre la puerta por la que entra el sol de la mañana desde una ventana en el pasillo.

Pedro camina hacia donde la niña le indicó que estaba Esteban y golpea la puerta cerrada.

¡¡¡Paaaaseeee!!! Dice la voz del amigo desde adentro. Tras la puerta abierta hay una cama diminuta. Sobre ella Esteban en pelotas, apenas tapado por un resto de sábana vieja y gastada. A su lado Coca, dormida y acurrucada (o más bien atrapada) contra la pared le da la espalda a la puerta. Bajo la sábana Pedro adivina un cuerpo más maduro que el que amó durante esa noche. Esteban lo mira, le indica con la pera a la compañera dormida y después le hace un gesto clásico con las cejas. Pedro está de acuerdo, fue una locura lo de la noche anterior. La Cony va a hacer desayuno, ¿quieres? Esteban se estira un poco, se huele las axilas y mira el reloj que ha dejado en el suelo. Al ver la hora pone cara de lata. Puta, ya no llegamos a la casa del Gabriel pa’ la playa, ¿sabís donde queda la casa? Pedro le cierra un ojo al compañero y éste recuerda el antiguo rollo entre su amigo y la Rosario de Gabriel.

- Obvio, ¡qué idiota!, ya poh, entonces tomamos desayuno con nuestros amorcitos, nos vamos a tu casa que queda al lado, nos damos una duchita y a Algarrobo los boletos. Pedro asiente, sale de la pieza y junta la puerta.

En la mesa de comedor hay cuatro tasas y cuatro platos. Una panera y mermelada. Cony está en la cocina y desde ahí sale olor a pan tostado y huevos revueltos. Pedro piensa con cuantas mujeres preferiría estar tomando desayuno, pero bueno, no se puede negar que la cosa estuvo bien.

Cony sale de la cocina y le grita a Pedro. Tráeme el pan que está en el tostador. Desde la pieza de servicio aparece la cabeza de Coca.

- Cony, ¿tenís aspirinas?

- En el baño, en el botiquín, contesta la niña.

Coca se desplaza cubierta sólo por una sábana y Cony la mira con un poco de molestia. Pucha, yo no soy na’ de cartucha, pero no se po, una se guarda un poquito para su hombre ¿no?

Pedro de alguna manera está de acuerdo, pero eso le importa un carajo al lado del comentario de guardarse para “su hombre”. Osea, en teoría la pendejita tiene toda la razón, pero para empezar el pellejo de la famosa Coca está buenísimo y ojalá mostrara más y además, ¿quien cresta se cree esta mina de llamarlo su hombre?

- Bueno, a uno le pasa de imbecil no más, pero na’ po, algo habrá que hacer para que la niñita no se vaya a engrupir más de la cuenta, aunque eso sea renunciar pa’ siempre a ese traste tan rico.

Esteban aparece vestido y despeinado y se mete directamente al baño. Desde el interior se empiezan a escuchar risas y forcejeos falsos. La voz de Coca que reclama y dice no, pero después estalla en carcajadas. ¡Se va a enfriar esto grita Cony! y se sienta en la mesa. Pedro ya está sentado hace rato y hace hora para no empezar solo.

Al minuto o algo así aparecen de nuevo los dos bañistas. Esteban con el pelo mojado y tironeando la sábana de su compañera de cama, la que finalmente se cae. La chica hace un gesto de taparse los pechos, (los calzones los tiene puestos) y corre hacia la pieza muerta de la risa. Esteban se sienta en la mesa y toma un pan tostado. Pedro lo queda mirando con ojos de reproche y el amigo deja el pan en el plato. A los segundos aparece Coca, lleva encima una camisa de hombre y Pedro advierte que es la camisa de Esteban, quien se puso directamente el sweater. Esta minita ha visto mucha tele, piensa Pedro, pero igual se ve exquisita. Los comensales no hablan mucho, comen el pan en silencio y sólo de vez en cuando aparece la risa de Coca que juega con los pies descalzos de Esteban. Cuando terminan, Pedro insiste en que ellos van a lavar los platos. Esteban se hace el que acepta pero no se queda en la cocina ni un segundo. A Pedro le da lo mismo, sabe cuanto calza cada uno de sus amigos y... bueno... este es Esteban Hurtado y eso es algo inevitable.

¡Nos vemos! Grita Coca desde lejos.

- Claro, nosotros las llamamos. No, si de verdad no tenemos teléfono, no tenemos pasado ni historia... Esteban se va riendo a carcajadas mientras las niñas reclaman a desde la puerta y los hacen jurar que las van a llamar. Claro que las vamos a llamar, cualquier día de éstos.

En la radio del auto de Esteban suena una canción vieja de Charly.

“Un angel no tiene lugar, no tiene precio no... se puede comprar.... “ La voz en off es Jimmy Swagart explica Esteban, y Pedro quien por cierto lo sabe, se hace el tonto y asiente mientras corea la canción “hombres y ángeles que vas a hacer, ponerlo en la calle, casarte con él, por eso ... déjalo ir”.

Puta la hondita ¿no? ¿Te la alcanzaste a tirar al menos? Pregunta Esteban. Pedro lo mira, le hace un gesto de “evidente” y sigue coreando a Charly. Puta la yegua rica dice Esteban, te juro que ninguna mina grande culea como esta cabrita. Pedro repasa en la memoria el cuerpo de su adolescente y sabe que si bien, ese es lejos el cuerpo más terso y suave que recuerda, lo de la noche anterior no fue más que un ejercicio, un puro borrador de amor.

- No sé, la mía parece que era demasiado chica.

Esteban hace un amago de detener el auto y mira a Pedro con ojos de sorpresa fingida. ¿No me vas a decir que la mina era nueva?.

Pedro se ríe. - No, estás loco, no tan chica pos compadre, si tampoco es cosa de ser degenerado-. Oye cuidadito, reclama Esteban, que te aseguro que la Francisca mi hermana es más mayor y es virgen, la edad no tiene tanto que ver huevoncito.

- ¿A sí? Contesta Pedro sarcástico. Mira tu ahhh!!!.

- Oye compadre, cuidadito que la familia no es pa’ jugar, se defiende el amigo.

Pedro mira a Esteban y se pone serio.

¿Tú de verdad crees que tu hermana, o quien sea, no sé, las mías, sus amigas... son muy distintas a estas pendejas? Osea, trata de entenderme, no digo que sean así de liberaditas o no, de repente la Pancha sí es virgen, no es el tema, pero cuantas pendejitas bien te hay tirao voz mismo pos fresco, si de tipos como tú no se salva nadie. - O como “TU” Pedrito, que la tuya aullaría más despacio pero igual no más...

- Si, como yo también, pero puta, por último yo... no sé, yo me doy cuenta que está mal, cachai... bueno da lo mismo, no es el tema... de tipos como tú o como yo.

Si... ya Pedro, si.... tenís razón, pero .... si me entero que a la Pancha la va a buscar un tipo de más de 25 lo saco cagando yo mismo.

...Después del túnel que va a la playa el aire y la temperatura cobran dimensiones nuevas, no creís Pedro. Osea siempre me sorprende este cambio tan repentino, aunque cacho que la onda de la cordillera y los biombos climáticos, pero no sé, cada vez es una experiencia no cachar que cielo va a haber al salir...

Pedro no contesta, no está de ánimo y sube el volumen de la radio

“..... El se cansó de hacer canciones de protesta y se vendió a fiorucciiii, el se cansó de andar haciendo apuestas y se puso a estudiar... un día se cortará el pelo... no creo que pueda dejar de fumar... anda volado... hace un poco de paz... pero no le va malll... transabaaa, transabaaa”.

Los amigos tararean la canción como locos, y hasta Pedro parece haberse olvidado de la lata. De pronto se miran y se largan a reír. Esteban quita la mano del volante por un segundo y palmotea a Pedro.

- ¡Así es no más po’ amigo! ¡así es no más!.

....Sigue por aquí derecho, en la vuelta tenís que subir porque si seguís derecho es contra el tránsito.

- Puta Pedro, si una cosa es que no sepa donde está la casa y otra que sea un perdío en Algarrobo.

- Ya acá para, para, estacionate aquí.

Estacionan el auto en la entrada de una casa grande y color rojo colonial, con reja de madera blanca.

- Puta que hacía tiempo desde que no venía a la casa de la Rosario, dice Pedro, desde hace... a ver... unos tres años deben ser.

Adentro se ven dos autos y en la terraza el grupo está haciendo un asado.

Pedro mira la hora. Las doce y media. Igual bien de hora le dice Esteban, nos ahorramos toda la funcia de ir a comprar y hacer el carbón y la lata y ahora ponemos educadamente nuestra cuota y shao.... Pedro encoge los hombros y sonríe.

Desde lejos avanza un hombre con una mujer agarrada de su cintura. ¡Cómo está usted Rosarito!, grita Esteban desde lejos. La mujer se acomoda el pelo largo y castaño claro y abraza a Esteban. Bien, lo más bien. La mujer saluda con otro abrazo a Pedro, luego ambos palmotean y abrazan al amigo.

- Puta Gabrielito, sorry por la hora, cachamos que nos estuvieron llamando a la casa, pero... la noche estuvo agitaaada...

Gabriel se ríe y comenta algo sobre la no maduración de Esteban.

Y usted compadre, ¿de cacería con este viejo zorro?. Pedro se ríe y responde cualquier trivialidad. Ya pos, pasemos pa’ adentro dice Rosario y comienza a caminar hacia el grupo.

Todos abrazan a los recién llegados. Jorge y la Maca se paran de la mecedora. El joaco se acerca despacio y agarra por detrás a Pedro en una llave de quien sabe que invento de arte marcial y le estira una cerveza en lata. ¿Oye, y Martín?

Ante la pregunta, todos los presentes se miran sonriendo.

- Nooooo, es que no puede ser que no sepan nada, comenta la Maca ansiosa.

- A ver, A ver, ¿qué pasa algo nuevo en el grupito? Chilla Estaban

- Siiiiii, dice la Rosario con un poco de risa, tenemos “amiga nueva”.

Pero... hey, hey, hey... vamos por parte, dice Pedro, ¿me van a decir que Martín nos está honrando con presentarnos a alguna de sus historias? El tono de sorpresa de Pedro no es fingido ni irónico, al contrario. Es cierto que todos los del grupo dejan pasar un rato largo antes de ingresar a alguna pareja al circulo, pero en el caso de Martín eso era un verdadero culto. Jamás presentaba a sus parejas, ellos a veces las conocían porque se encontraban por ahí, o porque la de turno era amiga de una amiga de un amigo, pero el que viniera a la playa, a una jornada oficial del grupo con alguien era algo insólito. Pero bueno, ¿donde está? como se llama, ¿qué hace? Esteban delira de la curiosidad y hace las preguntas a gritos.

En ese preciso instante aparece el auto de Martín por el portón y una chica delgada y con una solera corta se baja a abrir.

- Ella es Ana, dice la Magda, que se acaba de incorporar al grupo hace unos segundos.

Pedro y Esteban se miran con una sonrisa cómplice y avanzan a recibir a Martín.

... “Todo termina al fin/ nada puede escapar/ todo tiene un final, todo termina/ tengo que comprender/ no es eterna la vida/ el llanto en la risa/ allí termina/ creía que el amor/ no tenía medida/ o dejas de querer/ Tal vez otra mujer./ Y olvidé aquello que una vez pensaba/ que nunca acabaría/ nunca acabaría/ y sin embargo terminó/ todo me recuerda que al final de cuentas/ empiezo cada día/ termino cada día/ creyendo en mañana fracaso hoy/ cuanta verdad, hay en vivir/ solamente, solamente, el momento en que estás/ en sí el presente/ el presente y nada más...”

Pedro estalla en un aplauso que el resto corea a gritos.

- Puta concahatumadre, nunca en la vida habíamos sabido que canatarai. Erís un descarado.

Martín le devuelve la guitarra a Jorge y abraza a Ana despacio.

- Nada, canto a veces, en mi casa, para relajarme, pero...

La Magda se acerca a Martín y le acaricia la cabeza, Pucha amigo, no sé, me emocioné la tonta, ya, no me hagan caso, estuvo preciosa, canta más ¿ya?. Ana mira a Martín con dulzura y Martín vuelve a sonreír con las cuerdas entre los dedos.

- Este Martín es un caso, le susurra Esteban a Pedro en el oído. Osea, es otro con esta mina. Una cosa es que empiece a presentar a sus mujeres pero, cachai, el huevón es otra persona.

... Estudié teatro afuera, y acá estoy trabajando en cualquier cosa en realidad. Llegué hace dos meses así que por ahora tratando más bien de adaptarme. La voz de Ana es calma. No lenta o grave, simplemente tranquila y desde muy atrás se le percibe el rastro de algún acento impreciso que trata de ocultar lo más posible.

Me sacó una fotos para la Revista, unas pruebas de cámara y nos quedamos conversando después. Una historia de siempre ¿no?

Los amigos se miran y por supuesto que en Martín esa no es una historia de siempre. Ana se mueve y hace un gesto de frío. Pedro se apura en sacarse la chaqueta de tweed y se la pasa.

- Gracias. ¿Cómo era tu nombre?

- Pedro, Pedro Ovalle.

....... “Epifánico silencio, a la hora del amar/ tus ensueños ya se hicieron a la mar/ un extracto del perfume... del dolor/ tus muñecas boca arriba y hacia el sol/ tus regalos... deberían de llegar... No es mucho lo que tengo para darte, mirá... y no sabes, si detenerte o llover, y para, todo el mundo a tus pies...”

Mientras canta, a Pedro le cuesta no mirar demasiado a Ana. La mujer lo mira a él concentrada y de pronto le sonríe. Pedro mira a Martín y le sonríe a él y continúa cantándole al amigo. Cuando termina, y después de los aplausos de rigor Pedro se acerca a Martín y lo abraza.

- ¿Te acordai? Martín lo mira de vuelta con ternura.

- Por su puesto, como no me voy a acordar.

Los amigos se han parado y están conversando a un lado. Ana se les acerca despacio, no la sienten hasta que aparece por detrás de Martín y lo abraza por la espalda.

- Pucha, es super raro esto.

- ¿Qué es tan raro? Pregunta Martín.

- Todo, el que no conozca casi ninguna canción, que me gusten pero que sean tan nuevas para mi, pero más que eso es el darme cuenta que hay tantas cosas que los unen a ustedes y que yo apenas intuyo. ¿Sabías Pedro que Martín nunca me había hablado de ti?

Martín sonríe incomodo.

- Es que no hay mucho que contar, te aseguro. Pedro trata de relajar el ambiente porque intuye que el reproche de Ana no es un juego.

- No, no me refiero a eso Pedro, digo que tu pareces ser muy importante para Martín y me sorprende que no te haya mencionado.

Ana continúa abrazada a Martín mientras habla.

- Bueno, como te dije, Pedro Ovalle.

Pedro le estira la mano a Ana en un nuevo intento de relajo y Ana acepta.

- Ana Izquierdo, es un gusto Pedro.

... Como estai pos Matíiiin. Esteban se une al grupo de los fugados y arremete contra la cabeza de Martín quien le devuelve el gesto. Yo Bien, y ustedes dos, ¿donde se habían metido toda la noche? Los llamamos hasta a la casa de tus viejos, hablamos con la Pancha. Queee!!!, vos soy tonto, ¿a que hora llamaron? Como a las doce, estaba despierta, no te preocupes. Pero ustedes son.... son ... ya, puta, mala cueva .... Martín se ríe. ¿Pero que tiene? Es tu hermana ¿no? Claro que es mi hermana, pero a mis viejos les dije que no podía ir a verlos anoche porque me venía a la playa con el grupo de pelotas. Oye Esteban, ¿hace cuanto tiempo que no vivís con tus viejos y te seguís enrollando? No puede ser. Martín mira a Esteban y se empieza a reír. Es talla, como se te ocurre que íbamos a llamar a tus viejos a las doce de la noche. Esteban está desconcertado, esta veta humorística es totalmente nueva en Martín, pero opta por quedarse callado y dar un puñetazo amistoso en el hombro del amigo. Puta que me asustaste, si sé que tengo rollos con mis viejos, que onda, por eso mismo.

Así que esta es la famosa Ana. Esteban mira fijo a la mujer.

- Esteban Pérez, para servirla.

- Puta que erís pendejo, dice Pedro.

Ana no entiende y mira con ojos de extrañeza. Ha notado que los amigos suelen reprocharle cosas a este Esteban pero esta vez no ve motivos.

- Nada, dice Martín que interpreta perfectamente el gesto de extrañeza de su pareja, este idiota se llama Esteban Hurtado, pero en este paisito en el que vivimos llamarse Pérez es como un pecado social, y por eso él lo dice como una broma.

Ana entiende un poco más, pero la broma le parece extrañísima. Esteban se ríe y pide disculpas.

- No estoy acostumbrado a tratar con gente tan civilizada, perdón.

- ¿No has cantado nada Esteban? ¿Qué te pasa?

La Magda se ha acercado al nuevo grupo, que va cobrando ya algún volumen.

- No, nada, no sé, no ando de ánimo.

- ¿Y ustedes dos donde andaban anoche? La Magda se dirige a los dos amigos con cara de reproche.

- Si, dice Martín, ese era el tema ¿no?

- En ninguna parte, nos acostamos temprano contesta Esteban.

- No, si eso te lo podría jurar, el tema es “donde” se habrán acostado, replica la Magda con un tono de decidido reproche.

- ¿A ustedes dos no les preocupa el SIDA?

- Eso sería si fuéramos unos huevones irresponsables, pero como no es el caso.

- Si mijito, pero los condones se rompen, los fluidos se desplazan y....

- Puta, parece que tu fuerai el médico Magda y no yo, osea, sabís cuales son las posibilidades de contagiarse el SIDA usando bien el condón. Te aseguro que menos que las de que te lo contagie tu señora o marido que se fue de juerga y no te dijo. Imagínate, si uno no confiara en el condón tendría que amarrarsela a un poste no más.

Esteban se ríe de su propia broma, mientras Magdalena lo mira de reojo como diciendo... no hay caso.

- Y tu Pedro, ¿a ti también te gustan las de colegio?

Pedro se siente avergonzado, había logrado sacarse por un rato la imagen de la niñita con la que había pasado la noche anterior, pero al mirar a la Magda todo se le viene encima. Como se va a poder comparar una mujer como la Magda, por ejemplo, a una cabra chica como la Cony. Es que pareciera que ni siquiera tienen en común el genero, nada.

- Bueno flaca, tu sabís, cuando no llueve hay que esperar lo que gotee no más.

La Magda mira a Pedro con ojos tristes.

- Así será entonces Pedrito, así será.

Ana ha seguido la conversación concentrada. Devorando los diálogos.

- ¿No será que les da un poco de miedo enfrentar a mujeres más grandes? La pregunta le rebota a los amigos como una bofetada. No es que tenga nada de original, tal vez al contrario, pero la manera de decir las cosas de la pareja de Martín es difícil de eludir. Además, nadie le dio vela en este entierro, pero cómo le van a decir eso, si la mina parece que te penetrara con los ojos hasta los huesos. Pedro le da la espalda a Esteban y se dirige a Ana.

- Bueno, creo que esa manera de verlo no es nueva, seguro que algo de eso hay, pero en realidad creo que el tema de fondo no es si nos metemos con una niñita de 16 o con una mujer de 30, no sé, creo que va más por otro lado.

- ¿Por cual? Pregunta Ana como de paso.

- Chucha, por el rollo de comprometerse, de entregarse, esas cosas tontas que nos caracterizan ¿no?.

Ana lo mira con dulzura.

- A mi me pasan cosas parecidas, creo que eso si lo entiendo.

“Si estás entre volver y no volver... si ya metiste demasiado en tu nariz... si estás como... cegado de poder..... tira tu cable atierra... y aquí estoy, acerándome hasta vos... bajo la luna... bajo la luna... “

La Magda cambia de cara. Mira a Esteban con ojos de antes. Él está abrazado a Pedro y a Martín y los tres comienzan a corear la canción. Desde el otro grupo, Jorge, con la guitarra en la mano se acerca pulsando los acordes.

“ .... No dificultes la llegada del amor, no hables de más, escucha el corazón/ ese es el cable a tierra... ”

La Magda y la Maca están juntas mirando a los hombres.

- Que ganas de sacarles una foto y dejarlos así para siempre ¿no?

Si, demás, contesta Macarena.

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