viernes, 5 de enero de 2007

Capítulo IX

IX

En esta ciudad de mierda casi no quedan rincones. Los espacios se han ido abriendo poco a poco. Puede que eso tenga que ver con las construcciones en altura. Si, puede que haya relación, porque no me imagino refugiada en el ángulo que forman dos torres de 40 pisos a la vuelta de un “O boun Pain”.

La perdida de los rincones de Santiago me deprimió por años, pero con el tiempo he logrado irme salvando con simulaciones, total, las mujeres simulamos tantas cosas. Por ejemplo, a veces me salva inventarme los rincones. Trato de pensar en un pequeño espacio dentro de mí e irme perdiendo en él hasta quedar completamente quieta, sin que la ciudad o las calles o los miles de hoyos que las cruzan puedan impedirme estar en calma.

Un minuto es un minuto. Pero es raro, un minuto también puede ser un tiempo largo. Imaginemos: el ser amado, en sólo un minuto, te desahucia de los márgenes de su vida posible (sic). Un minuto... tal vez menos... Claro, una queda cagada por otros muchos, muchos minutos, pero eso ya no es el tema.

Por eso dentro de mis rincones no hay minutos, esa es la gracia. Todo pasa al mismo tiempo y por lo tanto no pasa nada. El tiempo es en definitiva movimiento y cambio. Pero en mis rincones no hay cambio, y un minuto es un minuto, sin que importe. La tierra tampoco encuentra espacios en alguno de mis rincones. La dejo afuera, como al margen, y no me dan ganas de treparla. Me siento en el rincón más perdido de mí y espero sin que haya constantes. Todo podría pasar aquí adentro, y por lo mismo sé que no va a pasar nada. Cuando el cambio no importa, pasa de largo, voluntariamente, sin necesidad de concesiones o apuestas.

A la vuelta de la casa de Jorge, en cambio, todavía queda un rincón real que a veces contemplo. Lo descubrí por casualidad un día tarde. Nos habíamos peleado y yo decidí irme a la casa en Taxi, pero a esa hora, un día lunes, no habían ni taxis en las calles, así que empecé a caminar despacio mirando tal vez por primera vez lo hermosas que son las construcciones del centro viejo. Llevaba caminado un espacio corto, no más de dos cuadras y de repente, detrás de una vuelta de calle lo vi. Quieto, estático, como si de algún modo fuera una versión material de uno de los rincones míos, de los internos. Ahora, incluso después de mi ruptura con Jorge, a veces paso por ahí sólo para verlo. Me gusta sentir esa sensación de cercanía tan fuerte, con algo tan, tan ajeno. Mi rincón es un cité, uno de verdad, plantado en mitad de una calle y en silencio. No hay como el conventilleo silencioso, pienso y me río. Es saber que nada de ese lugar ha variado mucho con el tiempo y que en él un minuto también (y tampoco) es un minuto.

Claro, los inquilinos cambian, son otros, y también otros los viejos y las viejas, pero en el lugar todos calzan ahora como antes. Aún debe haber un señor González, tatarachornonieto de otro señor González del que nadie se acuerda, que es sólo un retrato con camisa blanca y chaqueta raída de ir a misa, puesto con un orgullo inexplicable, en la mesa del living. Me gusta imaginar a señores González. Sus historias son tan simples que una se podría tentar a pensar que cada una es igual a la otra. Pero entonces ¿por qué hay tantos señores González? ¿Eso indica que cada historia vale la pena de ser vivida? De eso estoy segura. Hay pequeños espacios de cada hombre y de cada mujer que son los más fértiles huertos de humanidad, las más terribles fuentes de miedo, de simpatías, de amistades claras u oscuras.

Cada ser tiene sus rincones, aunque algunos sean menos compulsivos que yo, al momento de sacarlos de los terrenos neutrales y amarrarlos a la realidad de cada día.

Aquí no pasa nada, y me voy moviendo entre las palabras para saber (o incluso ya sabiendo) que al terminar no habré avanzado un solo paso. Desde este ángulo del rincón a ese otro más lejos hay exactamente 23,5 metros de nada. Recorrer esa distancia, o no hacerlo en absoluto da lo mismo. El problema, claro, está en los relativos, porque de otra manera ni siquiera habría imaginado la existencia de esos márgenes que delimitan el rincón y una cosa es que no pase nada y otra distinta es que aquello que pasa pierda el sentido. (Aunque esto último es una incoherencia que niego en secreto.

¡Macarena!, ¡Macarenita! Otra vez en la luna. La voz de mi papá se escucha todavía, a veces llega hasta aquí y no sé como sacármelo de encima. Si hubiera supercarreteras dentro de mi rincón podría tratar de perderlo en una curva peligrosa, pero lo dudo, el viejo maneja mejor que yo y seguro andaría en un auto más grande. ¿Que mierda no?

La calle me despertó del transe con un semáforo en rojo, 3 bocinazos y un insulto merecido.

Mi cuerpo se desplaza por la tierra dura. Los aterrizajes siempre me han hecho mal, no consigo acostumbrarme tan rápido a los cambios bruscos y comienzo a sentir como los dedos de los pies me duelen al caminar por el cemento dibujado.

¿Será tarde también para mí? No recuerdo las últimas palabras de ese huevón, no me importan. Lo vi en sus ojos antes de que me dijera cualquier idiotez, de esas que antes me habrían parecido insultantes y que ahora encuentro patéticas.

Bajo mis pies hay un cuesco de durazno. Un cuesco de durazno para patear es mi premio del día. ¿Qué mierda hace un cuesco de durazno en esta calle tan limpia? Puta, esperar que lo patee, nada más. Ahí va el cuesco de durazno... Strike One! Puta, no puedo fallarle a un cuesco de durazno, aunque ande con tacos... aquí va, levantar un poco la pollera para no enredarme y de nuevo... chusa. Directo a... a cualquier parte, esa es la gracia.

Nadie sabrá jamás que pateé ese cuesco de durazno, que fue mi premio del día. Pero ahí está, a 20 metros y me mira desafiante. Yo lo miro tentada pero ¡no!, dos patadas a un cuesco de durazno sería una exageración, perdería el sentido único que logré darle a pesar del primer intento frustrado. Alguien más tiene derecho a encontrárselo y darle su propia patada. Hoy ando con el sentido social desarrollado.

Mi consulta. Mi secretaria (compartida entre cuatro, claro), mi entrada al trabajo y... y yo que quiero correr a perderme y llorar como tonta y decirle a alguna amiga que todos los hombres son una mierda y que no valen la pena y que es mejor estar sola y....

.... puta, obvio que estoy pa’ la cagá, y que quiero que el pendejo de Jorge se muera, que se vaya a la mierda con todos sus espacios y su libertad y su tiempo para saber que es lo que pasa con él mismo. Quiero que de repente se de vuelta en la cama y se encuentre durmiendo con su espacio de vida propia y que abra los ojos y trate de buscarme entre las sábanas y toque unas migas de galletas que no lo dejen dormir más y que trate de correrse una paja pensando en las tetas de una mina en el último bar y que cuando esté a punto de llegar se encuentre con mi cara, con mi cuerpo en su memoria y se desconcentre y cague y se desvele...

A ver... paciente nuevo, puta, no me anotaron los datos... ¿De que cresta le voy a hablar a este pendejo? ... Está ahí con esos ojos de inocencia que me condenan. Primera cesión, esto siempre es raro, yo me pongo más nerviosa que el pobre infeliz que me mira con curiosidad. Algunos colegas más viejos me han dicho que llega un momento en que uno puede hacer esto casi de cualquier ánimo. Que se vuelve un trabajo como otro, pero yo veo tan, tan lejos algo así, que empiezo a pensar que cualquier día de estos voy a amanecer amarrada a una soga y colgando de un puente, porque a la señora Pérez la dejó el marido por una secretaria de 25 que se parece a mí.

Pero bueno, por ahora este cabrito no tiene culpa de nada... vamos a ver que le pasa.

Hola, soy Macarena y tu debes ser... miro mi agenda y el chico me interrumpe... Emilio, me llamo Emilio Lira.

Hola Emilio. Bueno, como estás, cuéntame, ¿por quisiste venir a verme?

Porque usted está en la lista de la Isapre y le cuesta más barato a mis viejos.

Cresta, pienso, o este cabrito me está tratando de subir al columpio desde el primer día o yo tengo que reformular mis preguntas para que estén más de acuerdo a la época, “On - Off”, “Prendido y Apagado”

Perfecto Emilio, le digo con una sonrisa lo más irónica posible, entonces porque quisiste venir al Psicólogo.

La verdad yo no quise, mis padres quisieron que viniera.

Yaaaa, puta, justo hoy día un pendejo autista, y tengo otro paciente a las 6, si no hay caso.

¿Y por qué creen tus padres que te va a hacer bien ver aun psicólogo?

Porque según ellos no me integro, porque les hablo cada vez menos, porque no salgo con gente de mi edad.

Puta, menos mal, el pendejo no era autista sino simplemente un riguroso conceptual.

Que edad tienes Emilio.

Cumplí 22 en Agosto.

Emilio parece de más edad, pero tengo la intuición que eso es justamente parte de su rollo. Este gallo parece estar eternamente desfasado de época, con una formalidad absurda que no le impide ser maleducado, no sé, me pone un poco nerviosa.

¿Y que haces?, ¿Estudias no?

Estoy terminando mi doctorado en Filosía, estoy escribiendo la tésis y hago clases en la Universidad.

El cabro dispara las palabras en un tono neutral, ni siquiera hay arrogancia en decir esa huevá, como si simplemente estuviera contestando un cuestionario.

Te has apurado un poquito Emilio. ¿Saliste muy chico del Colegio?
En realidad salí a los once, en Alemania y estudié psicología, termine esa carrera allá pero después mis viejos se vinieron y la verdad es que tenía necesidad de seguir estudiando. No me sentía ni por mucho preparado para una vida “adulta”.

Cresta... Cresta y recresta, lo único que me podía faltar era un geniecito, pa’ eso si que no creo estar preparada. O sea y que pa’ colmo el pendejo sea psicólogo. No, puta eso es demasiado para mí.

Entonces somos colegas.

Yo no diría eso, la verdad es que mi paso por la psicología no fue el más provechoso, además, bueno, la clínica nunca estuvo dentro de mis expectativas.

Puta el pendejo de mierda, puta madre que mierda voy a hacer con este tipo. Me mira y es como si me quedara muda, como si no tuviera fuerzas para andar jugandole gallitos intelectuales. Y no es que diga nada muy brillante, si son sus ojos, ahí atrás parece haber un mundo totalmente aparte que me aterra y que me da una curiosidad increíble. Dice las cosas con una naturalidad que me parece mucho más pedante. Psicólogo y doctor en Filosofía a los 22, y me mira como si yo fuera una tarada que lo está jodiendo. Y claro, quien te dice que en realidad no soy más que una tarada que lo está jorobando. Tiene unas manos enormes, increíbles, y las mueve como si fueran...

Ya, o sea que viviste en Alemania de niño. ¿Cuantos años?

17, llegué a los 4 meses allá.

Y, cuéntame Emilio, ¿en Alemania también tenías estos problemas?

¿Cuales problemas? Creo que le explique que la idea de tener problemas no es mía sino de mis padres. Si yo pensara que tengo problemas habría intentado hacer algo, es decir, creo que sí tengo algunos, como todo el mundo, pero de una naturaleza práctica muy distinta a la que podría imaginar mi mamá o usted misma.

No me prejuzgues Emilio, por favor, porque o si no esto no tiene mucho sentido, tu deberías entenderlo, al menos en teoría, le digo con una sonrisa.

Discúlpeme, no es que la esté prejuzgando, es sólo que de verdad yo no le veo el sentido a esto desde ningún punto de vista, y si vine es por evitarme un problema, y si usted lo decide, voy a seguir viniendo dócilmente y contestando todas sus preguntas, porque no tengo nada que ocultar a nadie, pero lo único que le pido es que comprenda mi posición y no empiece una cruzada de rescate, porque de verdad no me hace falta.

Mire, por ahora lo único que pasa es que no tengo plata para mantenerme bien solo. Eso se va a acabar en unos meses cuando me gradúe y pueda tomar una cátedra entera, por ahora, mis padres tienen aún poder sobre mí, lo que usted comprenderá es también culpa mía, es decir, podría trabajar y vivir con lo mínimo pero no estoy acostumbrado. Pasado ese transe, se acabó.

Miro los ojos negrísimos del cabro y me remezco. Cuando entró era él el niño y yo una adulta que intentaba hacer su juego, pero ahora estoy acobardada, esto es atroz, osea ya es difícil atender en general a otro psicólogo, pero esto parece burla. Tal vez debiera derivarlo donde alguien más grande, con más experiencia, pero cresta, es un desafío bonito tratar de entrar en la mente de este hombre que desde su silla me mira como si yo fuera un estorbo en sus diálogos internos.

Bueno Emilio, vamos a hacer una cosa. Nos vamos a juntar una hora a la semana a conversar, tus papás pagan, yo cobro y tu... tu te evitas un problema. ¿Ese es el trato que tu propones?

Exceptuando la necesidad de conversar por una hora, el resto me parece bien.

Emilio mira hacia mi estante de libros y descubre el equipo de música.

Podría traer algunos discos y escucharlos. Tal vez usted podría leer algo, estudiar. Yo podría traer el Laptop y trabajar un rato.

No sé si esa sea una idea demasiado buena Emilio. La verdad es que me sentiría mejor si me dejaras al menos intentar hacer mi trabajo, trata de entenderme tú a mí.

Su trabajo implica, hasta donde me acuerdo, que sus pacientes salgan de este lugar mejor de como entraron. Le aseguro que con mi idea estaría haciendo fantásticamente su trabajo.

Bueno, puede ser que alguna vez lo intentemos. Pero al menos me tendrías que hablar de tu tesis.

La verdad creo que no le interesaría demasiado. Se aleja bastante de las áreas más, como decirlo, sociales de la filosofía.

¿Y trata de..?

De algunos aspectos... “filosóficos”, de las interfaces entre el razonamiento humano y el cibernético.

Emilio dice la palabra filosóficos, con una ironía horrible, como burlándose al tener que ocupar esa palabra para que yo entienda de que me habla.

Pucha Emilio, como no me va a interesar, me parece super interesante.

Si, me imagino que el tema se lo parece, pero la verdad es que el método es un poco confuso, porque ... bueno, es un poco tedioso y de verdad estoy seguro que se aburriría a las tres palabras.

No creas, no soy tan tonta, tu no sabes si me aburriría si no me dejas intentarlo.

Si, es cierto, pero sé que yo me aburriría al hablarlo con usted, y eso sí es inevitable.

Bueno, bueno, bueno. Habíamos quedado en no prejuzgarnos, ¿te acuerdas?

No lo creo Macarena, en realidad usted propuso el que yo no la prejuzgara y yo no quedé en nada al respecto. Pero por favor, no se ofenda, no es nada personal con usted, sólo estoy tratando de conciliar esto con mi vida y si usted en cambio trata y trata de llevar las cosas por su lado voy a terminar por no soportar estas reuniones, lo que redundaría en un problema adicional para mi.

Puta, con razón este gallo no tiene amigos ni se lleva bien con la gente de su edad.

Bueno Emilio. La verdad es que no puedo ofrecerte usar mi oficina como escritorio. No podría... pero a cambio voy a intentar molestarte lo menos posible con mis preguntas. Por ahora incluso voy a evitar usar la luz de la lámpara para los interrogatorios.

Se rió... puta juro que jamás pensé que me iba a alegrar tanto con la risa de un pendejo de 20 años sentado como idiota frente a mi escritorio.

Bueno, ¿partamos entonces? ....

¿Con que? Pregunta el hombre.

Con mi interrogatorio...

Emilio es altísimo. No me había dado cuenta hasta que se puso de pie y empezó a pasearse por mi consulta. Creo que debería derivarlo a alguien más, pero... vamos a tratar por un par de semanas.

Perdón, me imagino que a usted la desconcentra el que yo esté de pie, pero me es inevitable si quiero tratar de soportar esto.

Perfecto, paséate todo lo que quieras. No soy Freudiana.

Que alivio. Yo tampoco.

Este pendejo de mierda me desprecia, o ni siquiera, no me aprecia ni un culo más de lo que desprecia a todos los que lo rodean. Puta la huevá, ya me quedó claro que el huevón es más inteligente que yo, que probablemente sepa más teoría que yo, si no hay que ser sicóloga para darse cuenta, y eso ni siquiera me preocupa, es decir este espécimen debe tener una cabeza más grande que la de cualquiera, pero, no, no es eso... puta madre, este tipo es raro de una manera que me complica..... puta el diíta. Si al menos se le notara un poco más nerd, más inseguro, si hubiera por donde agarrarlo ... Pero que tanto, de repente igual está bien como está y no necesita a ningún sicólogo ...

Haber Emilio, tratemos de relajarnos que ya nos queda poco tiempo así que la tortura no va a durar mucho. Cuéntame que haces un día normal.

Emilio me mira apoyado en la muralla y saca un cigarrillo.

¿También te es inevitable? Le digo mientras le indico el letrerito de no fumar.

La verdad bastante, pero bueno, usted ha cedido harto.

Suena el citófono y la voz de la secretaria me interrumpe. Lo tomo enojada.

Siiiiii???, estoy con un paciente!!!. Perdón doctora, es que la señora Silva llamó para cancelar y yo me voy al doctor ¿se acuerda? Claro, claro digo y cuelgo. Perdón Emilio, no se va a repetir.

Él me queda mirando desconcertado. Claro, que le puede haber importado esa interrupción, digo, considerando lo fluido y llevadero que ha estado este diálogo.

Lo miro y me da pena verlo ahí parado con el cigarro apagado en la mano. Fuma no más, en realidad no me molesta, yo también fumo y la última paciente no viene, pero prende el aire ahí al lado por favor.

Emilio prende el cigarrillo y comienza a jugar con el humo. De pronto se sienta y me mira con unos ojos nuevos, con unos ojos que parecen haber cambiado del todo, casi con dulzura. Perdone usted, he sido muy mal educado pero es que esta situación me parece ridícula, es sólo eso.

Bueno, perfecto, pero tratemos de hacerla un poco menos “ridícula”. Haber Emilio, además de estudiar, hacer clases y escuchar discos, ¿que más te interesa? Que haces los días normales.

¿Que tiene que hacer a las 8?

La pregunta me agarra como un balde de agua fría. ¿Que se habrá creído este mocoso de mierda tratando de invitarme a alguna parte?. Lo miro con los ojos de furia más genuinos que encuentro, aunque al mismo tiempo me doy cuenta que me cuesta, que me es super difícil ser dura con él.

Emilio me queda mirando y antes de que yo pueda decirle nada sonríe con ternura. Su mirada es casi paternal, como un señor grande que pilla a una niñita en un error tonto. Perdón Macarena, usted me está mal interpretando, por cierto no estaba haciéndole ninguna clase de invitación personal, sólo me di cuenta que usted escucha música clásica y pensé que le podía interesar ir a un concierto. Toco la guitarra.

Puta la huevá, de nuevo quedé como tonta, por la mierda, y este pendejo del carajo que me mira como diciendo .... como se le ocurre que iba a perder el tiempo queriendo hacerle una invitación personal ... ¿de que hablaríamos? ....

Emilio saca de la chaqueta una tarjeta de visita común y corriente y anota una dirección. Es a las 8 en la iglesia Luterana de calle Lota ¿la ubica?

Claro, la ubico. Tomo la tarjeta que sólo dice su nombre en letras negras. Emilio M. Lira y pienso si será adecuado. En realidad si voy a ese concierto creo que estaría pasando una vara, que él podría involucrarse, pero me muero de ganas de ver a este tipo en un ambiente distinto, más, no se, suyo, siento que eso me ayudaría mucho a entender a este espécimen. Y además, tengo la impresión que este pendejo de todas maneras no se involucra con nada humano.

Voy a intentarlo, en serio.

Bueno, ojalá pueda ir, tal vez le interese ver a este espécimen en su hábitat.

Pendejo de mierda, pienso mientras sonrío neutral, pendejo de mierda.

Emilio mira la hora y me dice, casi son las 6, Creo que por ahora es suficiente, ¿le pago a usted?

Cresta, esta parte siempre es difícil y en este caso es peor. No se, siento como si no tuviera derecho a cobrarle, como si en realidad no hubiera hecho nada ni lejanamente valioso por este tipo. Puta maquita, erís tu la que te estay involucrando, llevai cuatro años haciendo esto y tenís que ser profesional, ya .... un, dos, tres, sacar boletas... un, dos, tres ... mirar con ojos de carnicero de la vega

... son 25.000, le digo mientras abro mi talonario de boletas y me pongo los anteojos para leer.

Emilio me queda mirando y de repente veo que sus ojos están en mi cara, que están de verdad en mí, que me miran con interés. Me acomodo el pelo que se calló arriba de mis ojos y lo miro de vuelta. Podría jurar que el tipo se turbó por un segundo, pero ... vuelve a poner una cara inexpresiva, saca la chequera y me extiende un cheque. ¿Lo dejo en blanco?

Claro, da lo mismo.

Me estira el cheque, toma la boleta y me vuelve sonreír. El testimonio fiel, me dice, agitando la boleta.

No puede ser que me ponga contenta cada vez que este huevón sonríe. Puta, no sé, es como si cada sonrisa fuera el premio al truco nuevo de un cachorro. Siento que con el tiempo podría empezar a actuar distinto sólo para que sonría una vez, y eso no puede ser.

Sabe, tal vez podríamos hacer esto directamente con su secretaria todas las semanas. Nadie se daría cuenta.

Ni lo sueñes Emilio, ni lo sueñes.

Me estira la mano. Ha sido un gusto, aunque no lo crea. La espero a las ocho, trate de ir.

Estará hablando en serio. Digo, eso de que haya sido un gusto. Creo que sí, porque este cabrito no parece de los que dicen formalidades, pero, por qué, o sea, ¿el gusto habrá sido encontrarse en la consulta a una mina que no le hizo el peso y de la que se pudo cagar de la risa?

Voy a tratar. Le digo con mi voz más seria y amable.

Puta Magda, acompáñame, ya si nos vamos directo desde acá, nos tomamos un café en el Tavelli y nos sentamos bien atrás, así si nos aburrimos nos vamos.

La Magda me mira con ojos de reproche. ¿Estas segura de que no te gustó el cabrito?

Hay tonta, como se te ocurre, es menor que mi hermano chico y un pendejo enrollado, ególatra, pedante o sea, como paciente me parece un gran desafío pero como hombre, puta, no se, ni me fijé.

Bueno ya, pero te juro que no te debería acompañar en esto y que mi opinión profesional es que es inadecuado, pero ... sabís que más, yo también me muero de curiosidad por ver a este personaje.

Está exquisita la tarde, viste que nos hace bien caminar un rato. La Magda me da un empujón cariñoso y respira profundo. Si, la verdad es que está super rico, no se, como si a una el viento de verdad la despejara.

Miro a la Magda y sonrío, esa es una frase típica de Pedro. No se lo digo, claro, porque siempre se defiende un poco de ese tema, es como si al tiro le diera pena.

Viste, eso es lo bueno de venir al Tavelli temprano, hay mesas afuera y hartas, así nos podemos dar hasta una vueltita por la librería le digo a mi amiga.

La Magda me mira y ahora es ella la que sonríe. ¿Se me notará tanto que ando como en las nubes?

Te juro que leer a la gente de la generación justo anterior a la nuestra me deprime dice la Magda. Estaban tan, tan seguros y se sacaron la cresta.

Si, te entiendo le digo, mientras me sorprendo con un libro de Donoso en las manos. “La Desesperanza”, que buen título le digo a la Magda.

¿Lo leiste? Me pregunta. No, en realidad no he leído casi nada de Donoso, no se, me aburre un poco ese darle y darle a lo más malo de su época, a lo más malo de su clase, cacahai que hay algo de masoquismo en eso.

Puta, y eso que no hay leido la desesperanza, eso si que es masoca de la buena. Una generación más arriba, Santiago hace 10 o 12 años no más mijita, ya habíamos nacido que rato y este país de mierda cada día más cagado, pero eso es lo de menos, lo que más tiene en común esa novela de Donoso con las demás, no es ni el tema ni la época, casi ni siquiera el estilo te diría, sino más bien el que este viejo cuenta los dramas sociales a través de historias super individuales, hasta casi burlescamente individuales, pero cuando te despertai del ensueño del libro y mirai al rededor con todavía un poco de los ojos de los personajes, ahí está, toda la mierda y la desolación y los fantasmas que se van quedando pegados en cada lugar. O sea, el drama individual ya no es individual, o no, ni siquiera, es un drama individual que se vive en colectivo y eso si que es triste.

Salimos de la librería y estamos sentadas en una mesa del Tavelli esperando que lleguen los cafés.

No se, le digo, creo que justamente por eso no habría querido vivir en la época de los absolutos. Me aterrorizan, me siento tan sola. Yo se que pa’ ti es justamente al revés, es decir, que para ti compartir tus proyectos, tus esperanzas y saber que no eres la única y que hay otros que luchan por algo en común, es tu forma de sentirte bien contigo, pero yo me aterro, le tengo un temor de muerte a cualquier cosa que lejanamente implique que tengo que actuar de algún modo, por un determinado ideal que pensó alguien más.

Pero, sabís, creo que de cierta forma es culpa nuestra también. O sea, que cresta sentido tiene lo que hacemos, lo que no hacemos. Sabís que es importante, no se, los ojos que miran cuando lo miramos, las manos que tocan cuando las tocamos, saber que en una tarde linda como esta alguien te va abrazar y vas a sentir un olor ajeno pero sabiendo que también es tuyo.

Maquita preciosa, usted está grave me dice la Magda seria.

Si se, le contesto, pero no se por qué.

Miro el reloj, las 7:58. Nos sentamos en la antepenultima fila. Al rededor hay unas 30 personas, la mayoría viejos y estudiantes de pelo largo.

Que ambiente tan alternativo me dice la Magda al oído muerta de la risa. En el escenario, que es más bien el espacio al lado del púlpito, hay un sólo atril y un piso de madera. A las 8:00 en punto aparece Emilio vestido con un sewater gris de cuello alto y pantalones negros. Lleva la guitarra en la mano y mira al público serio, como en un juicio. Se acerca a la primera fila y le estira la mano a un señor de unos 60 años que se incorpora y lo palmotea cariñoso.

Me da un poco de vergüenza, juro que no me había dado cuenta de lo hermoso que es este pendejo.

La Magda me pega un codazo fuertísimo. .... “Mira, como hombre ni me fije” .... La Magda me remeda y pone cara de furia, está de verdad enojada. Mira Magda, mañana mismo llamas a Enrique Salinas y le derivas a tu pacientito, lo que hagai o no después, huevá tuya, pero por favor no me digai a mi que ves a este tipo como a tu hermano chico.

Miro a la Magda avergonzada y trato de volver a decirle que me crea, que cuando lo tuve en la consulta era un pendejo más.... pero tiene toda la razón, el huevón me mueve todo, me movió todo desde el principio y no se, estas cosas no tienen que pasar pero pasan, que le voy a hacer, además no puedo entenderlo y lo miro ahí, parado y cresta, la verdad es que no lo tenía del todo claro hasta ahora, no soy tan, tan culpable.

Emilio se sienta y comienza a afinar la guitarra mientras acomoda el atril con las partituras.

Viste esas manos, le digo a la Magda.

Mira, me dice, no se que es lo que he mirado más, que querís que te diga, este pendejo parece sacado de una película, erís muy tonta, ¿de verdad creías que el hecho de ser 6 años mayor que este gallo te salvaba? Que lo ibas a poder tratar como a un cabro chico.

Miro a la Magda de nuevo con ojos de cachorro herido. Te juro amiga, te juro.

Mientras Emilio toca la guitarra siento que se van abriendo pedazos de mi cuerpo adentro, es como si también me tocara a mi. Toca las distintas piezas sin dejar casi intermedios. Nadie aplaude entre una y otra, como si intuyeran (o algunos supieran) que a él no le gusta.

Cuando termina, después de poco más de una hora, se para y hace una reverencia. La gente comienza a pararse para aplaudirlo y nosotras los seguimos.

Oye, este cabrito pa’ más remate toca, me dice la Magda.

Si ah? le contesto.

Puta Maquita, escuchaste algo al menos?

Si, por supuesto, le digo con una voz harto poco convincente. Lo último fue Aranjuez ¿no?

La Magda me mira y se muere de la risa. Puta madre amiga, te juro que me habría esperado algo así de cualquiera, pero de “doña profesional madura”.

La Magda me tira la manga del abrigo. Ahí viene, me dice entre dientes, puta mirándolo de cerca, sabís que no te culpo. Estai segura que tiene 22 años, se ve de, no se, sabís que es raro, pero se ve como sin edad .... en realidad me podrían decir 20 o 30 y no me sorprendería.

Que bueno que pudo venir Macarena. Emilio me saluda con un beso en la mejilla y un apretón de manos, las dos cosas al mismo tiempo, y me mira como si de verdad se alegrara de verme. - Estay delirando tonta- ya, fuchiii...

... Si, nos gustó mucho tu concierto, gracias por la invitación .... perdón, ella es una amiga y colega, Magdalena Escobar, Emilio Lira, Magdalena Escobar. Emilio le estira la mano a la Magda, quien le acababa de poner la cara para saludarlo con un beso en la mejilla. Es un gusto conocerte Magdalena. Que bueno que les haya gustado, toco aquí todos los viernes, pueden venir cuando gusten, es un espectáculo público.

Emilio vuelve a mirarme y yo me trato de poner seria. Esto se está agravando, pienso.

Bueno, creo que les he quitado demasiado tiempo. Emilio me mira y casi me sonríe. ¿Nosotros nos estamos viendo no? Claro, le contesto mientras vuelvo a estrechar su mano.

Puta, no se. No se si me di cuenta desde el principio que me pasaba algo con este pendejo o es algo de ahora, pero... haber, ordenemos las ideas. El pendejo tiene 22 años y yo voy a cumplir 28 en tres días. El pendejo es mi paciente. El pendejo es una especie de ogro devora humanidad. El pendejo no me puede interesar y obviamente yo no le intereso un pepino a él.

Ahora, resumiendo, el pendejo no es nadie, no me importa nada, pero el pendejo es exquisito, es el hombre más atractivo que conozco y me encanta, ¿que voy a hacer?

Maca, ¿vamos?

La Magda me da un nuevo tirón de la manga y se va riendo por el camino. Afuera, una noche de primavera helada me estremece. ¿Será que esto es la alegría?. En la calle hay olor a pasto recién cortado y la música que no oí resuena recién ahora en mis oídos. Veo a este hombre con cara de niño que toca la guitarra sin casi sin tocarla, y esos dedos que deambulan respetuosos por los contornos del instrumento, que lo acarician y siento que un calor va cubriéndome despacio.

¿Por qué es mi paciente? ¿Por qué tiene 6 años menos que yo? ¿Por qué me mira y no me mira y sus ojos negros pasan por mi cuerpo como si no existiera y se clavan tan lejos en un lugar que no se si está dentro o fuera de mi? No se, puta, se me tiene que pasar esta locura, a penas lo conozco y lo poco que se de él es un desastre.

Bueno Maquita, creo que me debes un trago y yo te debo una oreja ¿no crees?

Yo dudo un instante. Si me quedo a hablar con la Magda me va a ser inevitable confesarle todo lo que me está pasando por dentro. Es más, se que ella ya se dio cuenta, no he sido muy sutil que digamos y siento que hablarlo es como hacerlo real. Si lo hablo, mañana no voy a poder despertar y creer que esto es mentira, que nunca pasó, pero cresta, necesito hablarlo con alguien y la Magda .... la Magda va a entender.

Bueno Maca, fuera de bromas, creo que tienes que pensarlo bien, no se, puede que me equivoque y que de verdad sea yo la con mente de alcantarilla. O sea, creo que yo no sería capaz de atenderlo, y eso que mi vida a estas alturas está harto más ordenada que la tuya.

La Magda se ríe después de decir la última frase. ¡Quien iba a creer que yo iba a decirle algo así a la Macarena Kostner! Te juro que me cuesta creerlo.

Nos metemos al primer bar abierto en Providencia, y nos sentamos afuera. Al rededor ya hay gente en las mesas, tomando cervezas y conversando.

Enciendo un cigarillo y le estiro la cajetilla a la Magda.

Dejé de fumar linda, acuérdate, y tu también deberías.

Hago un gesto de casar moscas con la mano. En mi mente la última preocupación es la de dejar de fumar.

Sabís que más Magda. Tenís razón, sorry, se que estas cosas son de las primeras que nos enseñan a todos y que es una locura, pero tenís razón, además así va a ser igual fácil, o sea, si te he visto no me acuerdo y listo. Si tampoco me voy a morir porque me haya gustado un tipo que me está vedado, y si no lo veo más, san se acabó. Eso es, si la verdad el único rollo es que tenga que verlo todas las semanas como paciente y si elimino esa variable queda un nexo igual a cero

¿Pero que excusa le doy? El huevón no va a entender nada si el próximo martes simplemente le digo que lo voy a derivar donde un colega hombre, de 45 años que .... que nada, ¡si a élno le interesa el tratamiento! ¿Cómo le voy a decir que es por su bien?, y .... bueno, sabís que más, a la cresta con lo que opine, si le gusta bien y si no le gusta igual, se tendrá que enfrentar él a los papitos si no quiere cambiar de psicólogo.

Hola Emilio, toma asiento.

Emilio trae en la mano dos CDs de música, y no trae el Note Book. Estoy atroz de nerviosa, no se como planteárselo, el me estira la mano y me saluda mucho más afable que la primera vez. Se acerca despacio al equipo de música y me mira.

¿Puedo?

Claro le digo.

Este huevón ya no es mi paciente, pienso, desde que entró estaba desahuciado, yo no soy responsable de su tratamiento, que haga lo que quiera.

¿Le gusta alguna música popular?

Por su puesto, le digo, la verdad es que escucho mucho más música de los setenta que clásica. En general esa la dejo sólo para la consulta o para leer.

Eso me pareció, dice mientras pone en mi equipo un disco de la Carole King.

Pendejo de mierda, (creo que he dicho esas dos palabras como mil veces en dos semanas y no me canso). ¿Pero que se habrá creído?, ¿me espió un año para cachar mis puntos bajos y todo esto es una broma?

Emilio se sienta frente a mi.

¡Ya!, se acabó, se lo voy a decir ahora y listo.

Emilio, sabes, creo que tenemos que hablar un tema un poco delicado.

Claro, dice él, pero me gustaría escuchar una canción primero. Sabe, me doy pocos espacios para cosas simples, y ... bueno, creo que ese sí es un problema. No me mal interprete, estoy tratando de colaborar en serio. Si voy a tener que sentarme a hablar con alguien una hora a la semana, al menos espero poder comunicarme de alguna manera honesta, creo que usted comprende que podría sentarme aquí y dejarla monologar y contestar sólo a preguntas directas, pero no creo que valga la pena.

El tipo se sienta frente a mi y enciende un cigarro.

Me preocupé de tomar la última hora, así puedo fumar, me dice sonriendo y saca del bolsillo un cenicero portatil con tapa. En las manos tiene el control remoto del equipo y pulsa un botón.

Su sonrisa me entibia por dentro, es tal la dulzura con la que lo hace y son tan pocas veces que...

Emilio fuma y corea la canción despacio. Tiene una voz hermosa.

Tonight you’re mine completely
you give your love so sweetly
Tonight the light of love in your eyes
But will you love me tomorrow?

Puta, a donde mierda quiere llegar este huevón. Emilio me mira y en sus ojos no alcanzo a saber a donde mierda va. O sea, o de verdad me está tratando de seducir o algo así o simplemente me está hueviando o... o le gusta escuchar a la Carole King y es parte de su abrirse. Puta, pero lo que yo si se es que me lo quiero comer vivo, que me tiraría arriba de ese cuerpo sin pedirle permiso y me apretaría en él como un gato.

I’d like to know that your love
Is love I can be sure of
So tell me now, and I won’t ask again
Will you still love me tomorrow?

Mientras canta me mira sólo de vez en cuando, el resto del tiempo dibuja círculos con el humo y se deja llevar por la música.

Cuando termina la canción, Emilio apaga el equipo y mira fijo.

Es una linda canción, me dice.

Hermosa, respondo.

Bueno, usted quería hablar de algo delicado, pero la verdad creo que si me deja hablar a mi primero, tal vez lo suyo ya no sea necesario.

Puta, con que me irá a salir, pienso, y empiezo a tiritar.

Emilio se pone de pie y se apoya en mi muralla. Por favor Magdalena, espero que no tome a mal lo que voy a decirle, y sobre todo que no vaya a pasar por su cabeza que usted ha hecho algo mal ... El tema es que creo que va a ser mejor que cambie de sicólogo.

Miro a Emilio y no se como reaccionar. Es decir, de nuevo no entiendo, ¿se habrá dado cuenta? Pero entonces ¿a él le pasa algo también? Porqué o si no habría hecho la mariconada de traerme a la Carole King e instalarla en mi radio ....

Emilio avanza hacia mi y se sienta en el borde del escritorio.

Bueno Emilio, digo con la mayor calma posible. Es tu decisión e incluso creo que podría ser buena idea, la verdad es que yo también creo que para atender a un colega, aunque no ejerza, tal vez es mejor alguien más grande, que pueda ...

Emilio me tapa la boca con la mano. Lo hace con un gesto delicado, sin agresividad y yo lo dejo, estoy totalmente indefensa, temblando como una hoja.

No sea tonta Macarena, puede que tenga razón, pero me va a disculpar si soy perfectamente honesto con usted, y no me interrumpa porque no es fácil. Es posible que lo que le voy a decir le resulte absurdo y no espero que le parezca bien o mal o ... ridículo, pero la verdad es que me siento enormemente atraído por usted, es sencillamente esa la razón por la que no me parece apropiado seguir teniéndola como psicóloga. Por favor no se ría que eso si me ofendería.

Yo lo miro y no se que hacer, si reírme de nervios o llorar o abrazarlo altiro y parar su confesión que se que de alguna manera lo tiene humillado, pero no puedo hacer nada, estoy como plantada en mi silla sin poder moverme. Emilio sigue hablando despacio, tratando de calibrar bien la voz y que salga todo de un tirón.

Comprendo que a usted probablemente le ha ocurrido esto más de una vez y en la literatura hay descritos cientos de casos pero sabe, todos tienen en común el ser patéticos y eso es algo que no pretendo aceptar conmigo. Los humanos somos débiles y yo lo soy mucho más de lo normal, pero entienda que después de hoy no se tiene que preocupar más.

Emilio trata de mantenerse lo más digno posible, pero noto como está haciendo un esfuerzo tremendo. Es tan hermoso, pienso, le hace tanta falta apoyar la cabeza en alguien, puta ... ¿que hago?, puta maquita ¿que vai a hacer?

Yo sigo mirándolo con ojos de incredulidad y sin decir una palabra, pero presiento que él está un poco ofendido y eso me desespera. Me paro del escritorio y me quedo frente a él.

Parada ahí, frente a ese cuerpo grande, intento mirarme a través de sus ojos. No se que daría por ver lo que él está viendo, por descifrar lo que pasa por su cabeza. Saber quien soy, en él.

Macarena Kotsner, 28 años, psicóloga, un metro 68, ojos azules (demasiado azules), pelo amarillo, poco de todo, pocas pechugas, poco poto, pocos caderas, poca guata (al menos), falda muy hippie, zapatos café muy caros, blusa blanca, sólo cara, aros baratos, labios delgados y sin pintura. Y él, ¿que verá él?

Emilio está ahí, incomodo.

Creo que es todo ¿no? Me lo dice con pena, aunque se mantiene firme en su decisión de no hacer un espectáculo.

Bueno, le digo, ¿no se?

El vuelve a mirarme y se que no entiende, se que aún no se ha atrevido a tener ninguna esperanza, que se niega toda alternativa.

Yo trato de armarme un poco y saco voz de alguna parte.

Déjame repasar. (Le digo esto como para convencerme yo, como quien habla del tiempo) Ya no soy tu sicóloga ¿no? En realidad jamás he sido tu psicóloga, porque nuestra primera entrevista fue cualquier cosa menos una consulta. No me has dicho nada de ti como profesional ¿no?

Mientras yo hablo, Emilio va asintiendo con ojos de curiosidad a cada una de mis afirmaciones, pero se que no se le va una y que sabe perfectamente a donde voy, en un momento se ríe, no me deja seguir hablando y me toma por la cintura.

Sus brazo se me incrusta en el cuerpo, es tan grande y su cuerpo se acomoda tan bien en el mío que siento como si me arrastrara una ola gigante de esas con las que uno jugaba de niño.

Su boca está mordiendo mis labios hace rato. Para ser un desadaptado social sabe besar perfectamente, pienso y me río para mis adentros.

Emilio me sostiene firme mientras me besa, y me muero de ganas de que me toque, pero no lo hace, ni siquiera parece tener intenciones de hacerlo, solo acaricia de vez en cuando mi cintura y mi pelo. Yo tampoco me atrevo a dar un paso más. En eso me confieso un poco machista, no se tomar la iniciativa y ahora menos que nunca.

Después de varios minutos besándonos Emilio me retira despacio de su cuerpo.

Sus ojos están tan llenos de luz. Se aleja un poco y me mira. ¿Como pude pensar que cuando me miraba pasaba de largo?. Esos ojos están clavados en mi y se me van perdiendo por adentro, Siento como si la luz de esa mirada fuera capaz de descubrir todas aquellas partes de mi ser que sólo yo conozco, en las que nadie jamás se ha instalado. El hombre frente a mi sonríe con tanta dulzura que me dan ganas de apretarlo fuerte, como a un peluche peludo y tierno. Sus labios aún húmedos de mi saliva se mueven sin prisa.

¿Que va a pasar? Pregunta, y en su tono me doy cuenta de que es él el que tiene miedo. Este ser al que parecía no importarle nada está aterrado por mi, que huevá, ¿si supiera?

Me acerco y acaricio su cara suave. ¿Que quieres que pase?

Me gustaría poder sentirte cerca, creo que por ahora no puedo pedir nada más.

Es la primera vez que me tutea, que increible, hasta este instante siempre me había tratado de usted.

¿Podríamos ir a hablar a algún otro lugar? Creo que tu consulta no es el lugar más adecuado, me dice medio riéndose y nervioso.

Ya, sí, ningún problema, déjame hacer una llamada cortita y salimos.

Alooo, Pilar, comuníqueme con la Magdalena Escobar por favor.

Alooo, Magda, ¿como estay? ... no ... no voy a poder ir al cine contigo, surgió algo .... después te cuento .... después te cuento .... no, yo te llamo mañana ..... no .... no .... bueno pero no creo que me desocupe temprano .... ya, si mujer ... claro ... adiós.

Tomo la cartera con una mano y le doy la otra a Emilio, pero me arrepiento. Perdona, te juro que es la única vez que te voy a pedir que simules algo, pero si salgo de la mano con el paciente nuevo de la semana pasada, mi reputación quedaría por el suelo.

Por supuesto me dice Emilio, sonríe y me besa despacio. Si quieres puedo salir primero. No, no es necesario, que se jodan ¿A donde vamos?

Donde tu quieras Macarena.

¿Andas en auto?, yo tengo el mío con restricción.

Si. vamos a un lugar con poco gente, dice Emilio, no ando con ganas de multitudes.

Yo dudo un instante me idea, pero que carajo, no se va a ofender, supongo.

Vamos a mi casa, vivo sola y queda al lado, te juro que no va a haber público.

Perfecto, dice Emilio, vamos.

Me subo en su auto y le voy indicando el camino por las 5 o 6 cuadras que nos separan de mi casa. Estaciónate aquí no más.

Emilio se baja y abre mi puerta. Después la cierra y toma mi cara con una de esas manos grandes y hermosas. Descorre mi pelo y se inclina para besarme. Me gustas mucho Macarena, de verdad.

Y tu a mi Emilio, ni te imaginas cuanto.

Entramos a mi departamento abrazados y besándonos como colegiales. Una vez adentro Emilio me toma por la cintura y me levanta del piso varios centímetros hasta que mis ojos y los suyos quedan a la misma altura. Sus ojos sonríen con una nostalgia profunda, y es tanto lo que lo entiendo. Der Augen leuchtendes Paar[1]. No se por qué lo digo, no se por qué se me viene a la mente esa frase, si ni siquiera me gusta Wagner, si es lo único que recuerdo y casi no tiene sentido en mi memoria. Pero él me mira con esos ojos y necesito sentirlo humano, necesito robarle, de alguna manera, esos fantasmas que lo alejan.

Emilio continúa sosteniéndome, y sus ojos se iluminan con una luz nueva. Me mira como si nunca antes me hubiera visto.
das oft ich lächelnd gekost; wenn Kampfeslust ein Kuss dir lohnte.[2]

Emilio recita las palabras como una oración, como un conjuro que me libera de todas las distancias y besa mi frente. No se si llorar, no lo se, siento como si ese beso me hubiera librado de algo que aún no está claro, como si se hubieran abierto otras puertas, otros rincones.

Por mi cabeza aparece el rostro de mi padre, el rostro de Jorge, miles de manos que me rozan y siento miedo. Abro los ojos y sólo está él, sonriendo, tan cerca, tan asustado.

Emilio está sentado en mi sofá y yo en el suelo sobre la alfombra. Me saco los zapatos y lo miro mientras el bebe sorbos de vino tinto. Sus manos me siguen conmoviendo, creo que me podría pasar la vida sólo mirando esas manos.

¿Que va a pasar con nosotros Macarena? No quiero presionarte pero preferiría saber como vez tu las cosas. Es decir, puedo entender que para ti esto es ... complicado, y estoy dispuesto a aceptar lo que me digas pero preferiría saberlo desde el principio.

Lo miro y se que sus dudas son reales. Pero yo no me lo voy a perder, ni cagando, que me importa que el huevón sea 6 años menor que yo. Primero, no se nota, porque él se ve mucho más grande y yo siempre he parecido cabra chica. En segundo lugar, que le guste al que le guste. La edad es algo super relativo y si este tipo es inmaduro, que queda para los pendejos de mi edad o mayores con los que me he relacionado antes, no, a la cresta todo, esto tiene tantas oportunidades de resultar como cualquier otra y ... puta ... al que no le guste que se joda, no puedo separarme ahora de este hombre ... es tan real, es tan dulce, no creo haber sentido algo así, tan mágico por alguien y esas cosas a veces sólo se dan una puta vez, y si esta es la mía no la voy a dejar escapar tan fácil.

Le sonrío despacio y le digo con tono de broma y remedandolo un poquito. No quiero presionarte, pero .... el Registro Civil abre a las 9 y está a dos cuadras, podemos pedir hora mañana y casarnos en, no se, ¿una semana?

Emilio me mira y no sabe al principio que responder. Me sonríe y se vuelve a inclinar para besarme.

¿Tengo una polola, no? ¿ese es el nombre oficial?

Yo vuelvo a mirarlo y casi no puedo creer lo que está pasando. Si, creo que esa es la idea.


[1] De ojos el brillante par
[2] Que tantas veces sonriente disfruté; Cuando en el fragor de la batalla un beso mereciste

2 comentarios:

Nadiezhda dijo...

Me hiciste reir con este capitulo, jajaja, el sentido social desarrollado. Soy muy ñoña para reirme de eso?
Me gusta, leo y me gusta. Este es muy femenino.
Sabes, me dio algo de pudor tu último comentario, no por mí, porque el blog es tan público, mejor te dejo mi mail: nadiaolivap@gmail.com
al menos para esos comentarios.
Un abrazo

En el fotograma dijo...

Julián, alcanzas un tope con este capítulo, tan fluído. Lo hubiera escrito una mujer :)

ese apresuramiento de la pasión, que en el personaje Macarena, la lleva a plantear casarse, sorprende.

Me movieron los monólogos interiorizados de Macarena, cuando el post comienza...

Grax, seguiré leyendo.